

1 | 2025-08-05 03:08:26
Por Lisandro Matías López Alvarado. Un año. Doce meses de columnas en SEGUNDA MAÑANA en Radio Power, de palabras que buscan acompañar, inspirar y también desafiar. Hoy, celebrando este primer aniversario, quiero invitar al lector a hacer algo así como una exploración sobre todo lo que ocurre en ese territorio fértil donde se cruzan la mutación, la transformación y la resiliencia. Si algo nos ha enseñado este tiempo compartido en el aire y en las páginas, es que la evolución personal es más que una suma de eventos: es reinventarse a cada paso.
Cuando hablamos de evolución, solemos pensar en grandes hitos: ese momento en el que algo en nosotros “hace un clic” y sentimos que nada seguirá igual que antes. ¿Qué pasa de verdad cuando cambiamos? ¿Ese cambio es suficiente para hablar de evolución? ¿O existe otro nivel más profundo, donde el cambio es transformación y, es finalmente una nueva forma de estar en el mundo?
El cambio es la alteración de una situación, persona o cosa. Puede ser planificado, como quien decide mudarse por ejemplo; o un imprevisto, como la llegada de algo inesperado. El cambio puede ser suave, gradual, o puede también golpear y nos obliga a adaptarnos. Todos sentimos ese vértigo: la vida que se nos mueve, la rutina que se nos quiebra, la costumbre que deja de darnos sentido. En el Coaching Ontológico, solemos decir que el cambio es el punto de partida, pero no es el destino final.
Sin embargo, hay un tipo de cambio que va más allá. Mutar implica un salto radical, un giro inesperado, muchas veces con consecuencias impredecibles. Es ese momento en que todo nuestro sistema de creencias se sacude. Es el terreno de la crisis, por decirlo así, pero también es terreno del potencial. Aunque parezca que perdemos el control, se abre un espacio para lo nuevo.
En mi experiencia acompañando procesos de Coaching, veo que muchos le temen a esto porque implica soltar certezas, y sin embargo, es ahí donde está la semilla de la transformación, que e lo que queremos.
Y es ahí donde todo tiene sentido. Transformarse no es solo lo anterior: es iniciar un proceso holístico y profundo que redefine nuestra identidad y sino descubre, resignifica nuestro propósito. Poco a poco, descubrimos que somos mucho más que nuestras circunstancias, más que nuestros miedos y hasta más que somos más que deseos. Es mirar con nuevos ojos, es permitir mostrar una versión real, auténtica y alineada con nuestros valores.
En el lenguaje del Coaching, hablamos de “quiebres”: esos momentos en que la realidad desafía nuestras interpretaciones y nos obliga a repensarnos. Pero también hablamos de “declaraciones”, de la capacidad de crear, con la palabra y la acción, nuevas posibilidades.
Todo esto no pasa en el vacío. Requiere un ingrediente trillado y repetitivo: la resiliencia. La capacidad de adaptarse y prosperar frente a la adversidad. No es resistir es ser flexibles, de aprender de las dificultades, de encontrar sentido hasta en el dolor. Es la fuerza interna que nos permite atravesar el cambio, la mutación y la transformación sin perdernos de nosotros mismos. Es reinventarse, es volver a empezar, crecer incluso cuando el panorama es incierto.
Si seguiste las columnas durante este año, vas a notar que el Coaching Ontológico pone el foco en el observador que estamos siendo. Porque no vemos el mundo “tal cual es”, sino tal como somos. Cambiar implica, primero, ser conscientes de ese observador interno, de los juicios, creencias y emociones que colorean nuestra mirada. Es en ese darse cuenta donde comienza la magia del aprendizaje ontológico: dejar de preguntarnos solo “¿qué hago?” para animarnos a indagar “¿quién estoy siendo?” y “¿para qué lo hago?”.
El aprendizaje ontológico, no es sumar información o adquirir nuevas habilidades sin más. Es transformar nuestra manera de ser y de estar en el mundo. Aprender, es un proceso de autodescubrimiento, de apertura y me animo a decir, de humildad. De entender que siempre podemos elegir. Que podemos diseñar conversaciones, construir relaciones, construir posibilidades, abrir puertas, y, sobre todo, reconciliarnos con nuestra historia.
En este año de columnas, estoy seguro que nacieron muchísimas historias de cambio y transformación. Personas que se animaron a cuestionar sus limitantes, que encontraron en el error una oportunidad, que descubrieron la fuerza de ser vulnerables. Al final del día, la evolución personal es un camino que se transita, siempre con la posibilidad de aprender y expandirse.
Como coach ontológico, soy testigo de que la transformación es contagiosa. Cuando una persona se anima a cambiar su manera de mirar, inspira a otros a hacer lo mismo. Se generan conversaciones distintas, más honestas y profundas. Se abren espacios para la creatividad, la empatía, la colaboración. La evolución personal, aunque es individual, tiene un impacto colectivo. Somos seres sociales, y nuestras transformaciones influyen en nuestra familia, en el trabajo, en la comunidad.
La evolución personal es un viaje repleto de descubrimientos. Cada cambio, sumas una página a tu historia.
¿Y ahora qué? Quizás la mejor manera de honrar este año sea cuestionando: ¿Qué cambio quiero crear en mi vida? ¿Qué me pide mi realidad?
La invitación es a seguir caminando y aprendiendo, a seguir evolucionando.
A tener en cuenta: “no es la especie más fuerte la que sobrevive, sino la que mejor se adapta”. Y en ese arte de adaptarnos, notamos nuestro Poder Creador.
Gracias por ser parte.
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