Sin embargo, hemos convertido a nuestra vida en una espera. Siempre estamos esperando algo, a veces varias cosas a la vez.

En general estamos esperando que una lluvia de bendiciones caiga sobre nosotros, pero, para hacerlo más difícil, minuto a minuto activamos sucesos que nos llevan a esperar una y otra vez. Siempre estamos esperando. Esperamos un viernes, esperamos la llegada de un hijo, esperamos un viaje, esperamos la jubilación, esperamos un partido de fútbol. Esperamos, siempre esperamos… y así se nos pasa la vida.

No está mal que tengamos proyectos, siempre y cuando ellos no interfieran en lo que debería ser un momento de felicidad o simplemente de relax. El vivir con proyectos para dentro de una hora, un día, una semana o años nos convierte en el ser más infeliz del mundo. Si el objetivo no se cumple nos deprime y si se cumple, casi inmediatamente la felicidad por haberlo lograrlo muere porque ya habrá otro objetivo superador. ¿No se sintieron triste al finalizar el viaje esperado o al terminar la fiesta de 15 de la hija?

Al iniciar la espera - que se inicia muchas veces e por día- abandonamos el presente, el hoy, para vivir pendiente del mañana, un mañana que ni siquiera sabemos si nos pertenece.
Al comprar un auto nuevo lo disfrutamos…¿Cuarto tiempo? Al lograrlo, empezamos a esperar el próximo.

Una espera significó lograr publicar un libro. Alcanzado el objetivo, comenzaron varias esperas en cadena: esperar el comentario del público, esperar su buena venta, esperar la segunda edición, esperar su prestación. Quizás ninguna de estas últimas cosas llegue, y aun cuando el libro haya sido realidad, la felicidad del libro estará sepultada.

¿Cuántas cosas esperamos de nuestros hijos? Que se engendren, que nazcan, que crezcan, que hablen y caminen, que sean graciosos, que sean buenos alumnos, (en lo posible abanderados), que se destaque en secundaria y llegue a ser profesional. Así las cosas, nuestra felicidad se complica y está en dudas.

Pero también esperamos lo malo. Vemos y esperamos como nos avanza la edad, esperamos enfermedades y malas noticias que quizás nunca lleguen. Mientras tanto somos infelices y decimos: “qué bárbaro, el tiempo pasa cada vez más rápido”. Sin embargo, el tiempo pasa como tiene que pasar. Siempre es el mismo, somos nosotros los que cambiamos. En nuestra niñez y adolescencia una tarde era larguísima, hoy no nos alcanza para nada.

No puede ser la vida exclusivamente una espera porque la vida tuvo un pasado, tiene un presente y no sabemos si tiene tiempo para el futuro.

Desperdiciar el presente nos puede convertir en un ser arrepentido si no valoramos y no reconocernos lo que tenemos, lo que nos rodea, lo que amamos y lo que disfrutamos hoy sin esperar el modelo vip de nuestro tesoro actual, que podrá ser pequeño, pero que, al fin, es nuestro.

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